Tiene pasado romano, impronta medieval y espíritu modernista. La historia y las costumbres pesan de forma especial en ella. En Tarragona y su provincia, cualquier cosa parece grande: sus monasterios cistercienses, sus playas, sus acantilados, sus castillos humanos... Entre el Delta del Ebro y el Dragon Khan hay un mundo de distancia. De la montaña rusa de madera a una playa de olas gigantes, de un submarino hundido a un templo de fuego, de una pirámide maya a un paraíso tropical. Universal Mediterránea, y con él los dos parques temáticos que lo integran, Port Aventura y Costa Caribe, conforman el primer recurso lúdico creado en España. Un lugar donde la fantasía vuela tan alto como el mismísimo Dragon Khan. Si alguna vez se ha dudado de ese dicho que sostiene que la historia es cíclica, quizás la zona de influencia de Tarragona sirva para arrojar alguna que otra pista y creer a pies juntillas en ello. La antigua Tarraco, la de los romanos, fue un centro lúdico de primer orden, una ciudad que podía presumir de ser una de las pocas de la mítica Hispania que tenía teatro, circo y anfiteatro a la vez. Cuando surgió la idea de construir un megaespacio de ocio y entretenimiento al estilo Disney, a alguien se le ocurrió que podría ser aquí, a orillas del Mediterráneo, muy cerca de aquel lugar elegido por los emperadores para presenciar, en sus tiempos, peleas de gladiadores o carreras de caballos.
